Testimonio La experiencia de sufrir de anorexia nerviosa

Una salvadoreña de 21 años, quien decide mantener su nombre en anonimato, comparte con los lectores su lucha para superar un TCA

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Las 10 marcas que apoyan la iniciativa donarán un porcentaje de sus ganancias para fortalecer las áreas del programa, la campaña estará vigente por cuatro meses en todo el país. Foto EDH / lissette Monterrosa

Por Texto: Anónimo, Febrero 2013 Ilustración: Cartagena

2013-03-16 8:00:00

Existen muchas investigaciones e información pertinentes de lo que es un trastorno de la conducta alimentaria. Basaré este ensayo, y me atreveré a escribir, acerca de mi experiencia personal y en mi lucha constante en contra de la anorexia. He decidido escribir al respecto puesto que después de casi seis años de terapias constantes, de apoyo, de charlas, de libros acerca del tema reconozco que sé mucho acerca del mismo, y más que conocerlo, lo he vivido en carne propia.

Algunas personas con las que comparto mi experiencia personal no me creen, puesto que “parezco” una chica normal y promedio de 21 años de edad, con sueños, aspiraciones, metas e ideales por cumplir. Soy además bastante espontánea, sociable y extrovertida. La realidad es que muchas veces todo lo anterior es una máscara que he venido utilizando para no mostrar mis debilidades, mis miedos, mis monstruos personales. Solo yo, mi familia, mis amigos cercanos y algunos conocidos que han vivido de cerca mi historia, mis sufrimientos y mi lucha pueden dar fe y testimonio de lo que hoy estoy compartiendo.

Antes de compartir parte de mi experiencia personal, me gustaría dar a conocer al lector de este escrito acerca de los trastornos de la conducta alimentaria (TCA). Se trata de enfermedades, sí, enfermedades mentales. No se escogen, no se eligen. Llegan sin aviso previo a la vida de aquellos que nos sentimos desesperados, que no encontramos sentido a la vida y son la manera que muchos encontramos más “fácil” y “segura” para lidiar con los problemas del diario vivir que han tenido su origen en un trauma difícil y algunas veces imposible de identificar, por ende de tratar.

Según la NEDA (la Asociación Nacional de Trastornos Alimentarios; National Eating Disorder Association, por sus siglas en inglés), los trastornos de la conducta alimentaria como son la anorexia, la bulimia y los atracones o comedores compulsivos responden a desórdenes físicos y emocionales que incluyen actitudes y comportamientos extremos en lo que compete al peso corporal y la comida. No distingue entre hombres o mujeres, edad, clase social o nacionalidad, y pueden provocar consecuencias irreversibles en la vida de cualquiera que los padezca. Hace falta que el lector conozca la definición de los diferentes tipos de desórdenes alimentarios más comunes.

Tenemos la anorexia, enfermedad que amenaza potencialmente con la vida de las personas a través de la abstinencia a la comida y la búsqueda incansable de la pérdida de peso. Las personas que sufren anorexia se ven a sí mismas como obesas, aunque estén delgadas o extremadamente desnutridas; nunca para ellas un número será lo “suficientemente bueno”. Comer, las calorías, el falso control de la ingesta y perder peso se vuelve una obsesión y un ciclo interminable. Algunas de las víctimas de la anorexia se recuperan con tratamiento; otras recaen y para otras la enfermedad se vuelve crónica y su salud se deteriora a través de los años con posibilidad de muerte.

Por otra parte, existe la bulimia, enfermedad que puede llegar a ser mortal y que se caracteriza por un ciclo repetitivo de atracones y medidas compensatorias. Algunas de las más comunes van desde provocarse el vómito, abusar de laxantes o diuréticos hasta el ayuno o ejercicio compulsivo. Al igual que los pacientes con anorexia, quienes la padecen se caracterizan por el miedo irracional a la gordura. Aunque no es evidente físicamente, ya que se posee una talla y peso adecuados, por lo que los daños en el organismo pueden resultar letales.

Por último lugar ,y aunque no muchos lo ven como enfermedad, existe el trastorno del atracón, mismo que se caracteriza por episodios frecuentes de comer grandes cantidades de comida en cortos períodos de tiempo, acompañado por el sentimiento de vergüenza y descontrol, desesperanza, depresión y soledad. Todos y cada uno de los trastornos mencionados con anterioridad son enfermedades que pueden resultar letales, con un trasfondo sicológico, algunas veces genético y empujados por el medio social. Todos necesitan, además de ayuda profesional, paciencia, amor y comprensión por parte del entorno del paciente.

Al vivir los últimos años de mi vida con anorexia puedo dar fe y testimonio de todo lo que se ha dicho anteriormente. Aunque mi experiencia personal no se trata de padecer de una combinación de TCA puedo afirmar que todos y cada uno de ellos responden a necesidades emocionales, mismas que se reflejan en la manera en que nos alimentamos y lidiamos con la comida. No responden pues (como muchos creen) a caprichos, a vanidad, a hedonismo. Los TCA, por el contrario, son enfermedades que traen sufrimiento, soledad, depresión, tristeza y desesperanza,tanto para el que lo padece como a su entorno. El solo hecho de levantarse cada día y vivir (en mi caso con anorexia) puede resultar, a veces, un martirio. Se trata de luchas constantes que se deben de ir venciendo durante el día y vivir momento a momento sin pensar en el que vendrá después.

Muchos pensarán que se trata de enfermedades que solamente padecen las grandes estrellas de Hollywood o personas de la “alta alcurnia”. Puedo afirmar que no es así. Hay millones de casos de TCA que lastimosamente aún siguen sin ser tratados e inclusive sin ser identificados. Se trata de enfermedades silenciosas. Algunos de los daños que pueden aparecer y que pueden llevar a la muerte son insuficiencia renal, desbalance electrolítico, paros cardíacos, complicaciones neurológicas, osteoporosis, entre otras.

El Salvador lastimosamente no tiene armas suficientes para combatir muchas enfermedades, entre ellas los TCA. Personalmente pudiera relatar algunas de las tantas malas experiencias y más que “malas”, equivocadas con personal médico profesional, en las que una palabra es suficiente para tirar abajo el avance alcanzado. Frases como “yo la veo bien”, “¿y por qué viene?”, “que bonita, está bien delgada”, “si solo se trata de comer”, etc. han alimentado en múltiples ocasiones mi anorexia. Y es que yo sé que no lo hacen con ese afán, todo lo contrario lo hacen por ignorancia y por no estar sensibilizados al tema. Después de seis años padeciendo la enfermedad he alcanzado la madurez suficiente para responder a esos “halagos”, que mentalmente no me hacen bien.

Por otra parte existe el medio social, la publicidad, las revistas, la moda y tantas otras influencias ambientales que resultan abono para este tipo de trastornos. Las sociedades persiguen el afán de verse bien, de verse mejor, de verse delgados. Cada día salen a la luz pública nuevos productos, nuevas dietas, nuevas tendencias para mejorar el aspecto físico y conquistar un ideal casi imposible de lograr. Todo para caber en una sociedad distorsionada, donde la felicidad, en lugar de venir del interior, viene de lo que ofrece el medio externo. Donde la felicidad se logra con un par de kilos menos. ¡Qué tristeza! No se dan cuenta el daño que hacen a todas aquellas personas que sufrimos en silencio.

Según estadísticas, los TCA tienen los más altos índices de mortalidad dentro de las enfermedades de índole mental. Aproximadamente 70 millones de mujeres alrededor del mundo sufren de un TCA, esto quiere decir que aproximadamente una de cada cinco mujeres que conocemos sufre silenciosamente de cualquiera de estas enfermedades. Es alarmante, pues esta cifra que sigue cada día más en crecimiento. Lo más alarmante resulta que cada vez se da en niñas y niños menores de 10 años; gran parte de la población infantil dice no estar a gusto con su cuerpo y afirma que se sentiría mejor si sigue algún tipo de dieta. Además cerca del 80% de adolescentes ha experimentado algún tipo de dieta en su vida para “sentirse mejor”. Estas y muchas estadísticas nos revelan el “auge” que están teniendo estas enfermedades a nivel mundial, y muchas de las personas que las padecen no han sido tomadas en cuenta en este estudio.

Mi lucha personal ha sido dura; a veces he perdido batallas importantes, pero gracias al apoyo de mi entorno lo he superado. Además de las complicaciones físicas que trae la enfermedad se arrastran complicaciones de índole social y emocional. Mis estudios han sido interrumpidos en múltiples ocasiones para someterme a tratamientos fuera del país. Tratamientos que nuestro país no posee al tener que contar con un equipo multidisciplinario, que abarca desde siquiatras hasta gastroenterólogos, desde sicólogos hasta endocrinólogos, puesto que las complicaciones son tantas que deben de contemplarse todos los ángulos para no tener consecuencias lamentables. A pesar de que cuento con un grupo de amistad muy fuerte y cercano me he aislado muchas veces, me he sentido sola, vacía, sin sentido en la vida, mientras que la anorexia ha sido mi única “compañera” fiable, pues parecía que todo lo hacía bien en su presencia.

Vivir con un TCA es vivir como en una relación de novios. Una relación co-dependiente, una relación enfermiza en la que tu mundo se vuelve la enfermedad, y todo gira alrededor de cumplirle, de serle fiel, de sentirte en paz, porque todo lo has hecho acorde con sus mandatos. Es vivir en una dictadura continua, de la que parece imposible “zafarse”. Gracias a mi terapeuta y al apoyo recibido he aprendido a separarme de mi trastorno. No somos la misma persona. A muchas personas puede parecerles que esto es una locura. La verdad es que esto me ha ayudado a enfrentármele, a luchar por mi vida, a recuperar lo perdido y sobre todas las cosas a no sentirme culpable, pues como dije, yo no escogí tener anorexia, no fue un capricho de un día a otro, no fue por llamar la atención, simplemente ocurrió. Así como otras personas padecen de diabetes, de cáncer, de hipertensión, etc., yo padezco de anorexia y ya no me da vergüenza afirmarlo.

He sufrido, he llorado, pero sobre todo me he levantado de las adversidades. Sigo aquí en pie de lucha con mi equipo que nunca me abandona y que sobre todas las cosas cree en mí y mis capacidades. Es difícil aún, tengo que admitir, esta lucha constante. A veces me canso y digo “ya no puedo más”, pero siempre hay alguien a mi lado que me dice que sí puedo, que me merezco una vida de verdadera felicidad y me hacen ver más allá de mi propia percepción.

A estas alturas del escrito estoy segura de que muchos se preguntarán: pero si esta chica sabe tanto de las consecuencias fatales de los TCA, ¿qué es lo que le imposibilita dejarlo? Pues no es fácil de explicar. Aunque sé que en estos momentos mi salud y mi vida no están en riesgo, sé que no estoy del todo bien. Que aún hay algo dentro de mí que no me deja vivir en completa paz; aún me cuesta comer, aún me cuesta vivir. La comida y la manera de alimentarse, por difícil que parezca creerlo, es un reflejo del cómo se vive. La anorexia se ha vuelto mi zona segura, mi zona de confort; estoy tan acostumbrada a ella que me aterroriza pensar en un futuro sin su presencia. Mi manera de alimentarme también resulta ser bastante “segura”, me da miedo tomarme riesgos, me da miedo equivocarme, lo que se traduce en “me da miedo a engordar”.

Resulta pues que la comida, como me han dicho una y mil veces, realmente es “la metáfora”, de la cual muchos alrededor del mundo nos agarramos para no “sentir”. Y es que el idioma de los sentimientos es muy difícil de explicar, es difícil de comprender y sobre todo muy difícil de aprender a expresar. Restringir los alimentos significa restringirse ante la vida de todo aquello que pueda provocar sufrimiento, decepción, tristeza, etc. Es privarse de muchas cosas de la vida. Es vivir a medias. Todo esto lo he aprendido, y después de años de escucharlo, hoy lo entiendo casi perfectamente.

Quisiera que nuestro país tomara más en serio enfermedades como estas, que se tomarán medidas serias para prevenir estos padecimientos que como se mencionó anteriormente, no distingue entre clases sociales. A veces me pongo a pensar y reflexionar… ¿Cuántas niñas y niños padecerán de estas enfermedades en nuestro país?, y peor aún ¿cuántos recibirán el tratamiento adecuado? Estas y muchas otras interrogantes resuenan en mi mente y me hacen pensar en lo afortunada que soy por el apoyo que he recibido durante tantos años, porque a pesar de todo lo que he pasado sigo viva y sigo siendo testimonio de esta dura realidad que representan los TCA.

La anorexia, la bulimia y los atracones son enfermedades mentales que requieren de ayuda profesional, sin la cual es casi imposible salir adelante. Algunas de las cosas que no se deben hacer son minimizar los sentimientos de la persona. Hacerla sentir culpable con comentarios inadecuados. Pensar que se trata de un capricho que pronto pasará. Pensar que se trata de comportamientos que pretenden “castigar” a la familia o llamar su atención, entre otras. Lo anterior en lugar de ayudar fortalece a la enfermedad potencialmente. En mi experiencia personal agradezco primeramente a Dios por la familia que me dio, y por que ha estado siempre atenta a mí y mis comportamientos. Desde que todo empezó mi familia buscó ayuda temprana para poderme auxiliar de la mejor manera posible y hasta el día de hoy lo sigue haciendo.

Como paciente “en recuperación” puedo decir que la lucha es constante, que requiere de mucha fuerza, de mucha paciencia, pero sobre todo de mucho amor para poder salir adelante. A todos aquellos que están luchando contra un monstruo como son los TCA, recomiendo busquen ayuda profesional, pues no se puede jugar con la vida y mucho menos se puede tentar a la muerte con los comportamientos que dicta la otra parte, la enfermedad.

A pesar de que mis palabras han sido para dar a conocer al lector parte de mi historia con la anorexia, espero de corazón que más de alguien se logre identificar y quiero decirle que “No está solo”; que hay muchas personas como tú y como yo que se encuentran luchando contra estas sombras que invaden nuestra vida. Mi vida es un reflejo de que sí se puede luchar, que cada día es una nueva oportunidad para decirle a esa voz que resuena en nuestras mentes “no más” o “ya es suficiente”. Si bien es cierto no escogimos a la enfermedad, sí podemos decidir, con ayuda, luchar por nuestras vidas, luchar por nuestra libertad.

A la sociedad en general me queda decirle que evite ser parte del juego en el que inconscientemente estamos insertos de una u otra forma. El juego de la “mass media”, en el que estar delgado es sinónimo de felicidad, de fuerza y de voluntad. El solo hecho de “halagar” a otro diciéndole “¡qué delgado estás!” o “¡qué bien te ves, has perdido peso!” puede resultar un arma de doble filo para el que lo recibe, y nos hace ser partícipes de una sociedad donde el exterior cuenta más que el interior mismo. ¿Por qué no fijarnos en la sonrisa, en la tristeza, en la mirada de nuestro interlocutor?, ¿por qué hace falta añadir un adjetivo donde lo que se necesita es otro tipo de palabras, otro tipo de consejos, otro tipo de acercamiento? Personas como yo agradeceríamos que las sociedades dejaran de basar los triunfos o derrotas en base al físico que nada tiene que ver con la lucha que todo ser humano acarrea en su interior día con día de una u otra manera.

Finalmente hace falta decir que estoy convencida de que todos los seres humanos vivimos la cotidianidad, cada uno con sus luchas y monstruos personales. Para algunos son las deudas, para otros son los problemas familiares, para otros las drogas o el alcohol, y así podría mencionar un sinfín de situaciones que han llevado a muchos a tirar la toalla, a darse por vencido en las pequeñas batallas porque no se han atrevido a pelear la guerra. Mi lucha personal, mi cruz, mi batalla del día a día es la anorexia e invito a todos los que hemos sufrido, hemos llorado, a los que la cruz por momento nos ha parecido demasiado pesada que sigamos luchando, que sigamos intentándolo una y otra vez. A no desistir y a buscar ayuda precisa para poder salir victoriosos, más fortalecidos y sobre todo más humanos.

Luché, lucho y seguiré luchando por algún día declararme en libertad de mi TCA. Muchos lo han logrado y estoy segura de que yo no seré la excepción. Algún día espero dar testimonio y ser parte de ese porcentaje que sí lo ha logrado, que sí se ha recuperado, para ayudar a esta sociedad salvadoreña, sumida en la ignorancia en cuanto a estas terribles enfermedades. Espero ser una verdadera agente de cambio, y con mi ejemplo decirles a muchos otros que aunque cueste y duela dejar la relación con un TCA es posible. A pesar de los traumas, miedos e inseguridades que pueda haber venido acarreando del pasado es tu hora de vivir la vida. Es ahora o nunca. Decidámonos, pues, a vivirla de la mejor manera posible.