El 18 de enero de 2015, tras el juego de campeonato de la Conferencia Americana, una fuerte acusación ennegreció el pase de los New England Patriots al Supertazón 49: se dijo que desinflaron los balones para que les fuera más fácil ganar el partido.
Me atrevo a decir que los Patriotas volvieron a desinflar. No balones, no con trampa. Tom Brady y sus colegas desinflaron las esperanzas de los Falcons de Atlanta, ciudad que lleva 22 años sin un título de cualquier deporte profesional.
Y digo desinflar porque a menos de 30 minutos de terminar el juego, los de Atlanta iban arriba por 25 puntos y la estadística les favorecía. Nunca un equipo había remontado una diferencia de más de 10 puntos en un Supertazón. Ahí es donde entra el carácter.
Un juego lo gana cualquiera, pero agenciarse una final no solo se logra avanzando yardas y logrando tacleadas estratégicas. Se gana con determinación, experiencia. Cualquiera se habría desilusionado ante una desventaja tan abultada, pero genios del deporte como Brady saben que un juego, como dice el cliché, no se acaba hasta que se acaba. Como lo dijo el laureado receptor Julian Edelman segundos después de la victoria, este juego lo ganaron con dureza mental.
Para Atlanta, esta es una lección de humildad y disciplina. Dormirse en los laureles es siempre una apuesta arriesgada. Para New England, es tiempo de celebrar y recordar la frase más famosa de Vince Lombardi, cuyo nombre es también el del título del fútbol americano: “Firmemente creo que la mejor hora de cualquier hombre, su mayor logro, es ese momento en el que ha dado todo de sí por una buena causa y se encuentra exhausto en el terreno de batalla. Victorioso”.
Para los que vimos el juego, también hay una lección: o peleamos nuestras luchas hasta el final, o seremos los Falcons de lo que sea que hagamos.